gravedad cero

En Gravedad Cero Roberto Maján cocina el potaje de las relaciones humanas con los ingredientes más frescos del mercado; no faltan hermosas zanahorias, cebollas, huevas de salmón, flores… que junto a su corpus simbólico de arquitecturas opresivas, sexos descacharrados y otras entropías, aderezan y contribuyen al equilibrio, siempre inestable de un plato nuevo, aunque de un sabor conocido. En este déjà vu gustativo, se deconstruye, como en la moderna cocina, para dejarla en evidencia, la dualidad y su papel como generador de nausea existencial. Los ingredientes de este plato, no siempre de gusto, luchan entre ellos por solapar el sabor del otro, ejecutan en la ingravidez del puchero una delicada coreografía, y con elegantes fintas en medio del baile, atraviesan accidentalmente el corazón de su oponente. Los bailarines, siempre inocentes, se encarnizan sin saber que lo hacen, se someten siendo sometidos, invaden territorios cuando lo que desean es escapar, agrandan su fe cuanto menos ven, y otras innúmeras paradojas que se producen cuando se desvela la trascendencia bélica del amor. Y así como las flores y los amaneramientos formales son el contrapunto a tanta secreción de humores gaseosos o líquidos y no permiten que la nausea se haga arcada, el humor, precisamente, tan presente en Roberto, nunca deja que el drama sea completo. Comamos pues y celebremos en esta sinestesia de sabor, risa y dolor, pues no hay contratiempo humano que no pueda convertirse, por medio de la perversión del lenguaje y la gastronomía moderna, en un pretexto para la belleza.

 

 

 

Verano, andamios, vencejos caídos, zanahorias en suspensión, Roberto Manjón… o quizás era Maján… ¿un deja vu? No sé amiga… Quizás llegó  el momento en que debas comenzar a dudar de tus sentidos, abandonarte al triple salto inmortal del padre hijo y poste repetidor y comprobar que aquello que entonces  te hizo temblar de alegría vuelve con insospechada fuerza a tambalear los cimientos de tu realidad.
Ven este viernes. Te garantizo que la sonrisa cítrica que entonces se esbozara sin vehemencia en tu rostro e impresa quedase en la verónica del tiempo y del olvido volverá a ti. Que aquel tímido palpitar de tu carne y que no podrías llamar erección sin traicionar la desmemoria de Sileno, se hará sentir de nuevo bajo ese 30% de algodón y 70% de poliéster. Que la incomodidad y el no saber muy bien donde posar la mirada ante la vista de esos pies desamañadamente dibujados  y esas manos de cuatro dedos, regresará con la precisión y la sutileza de aquella  -¿primera?- vez. Que a medida que hables con los congéneres concurrentes concentrados descubrirás con cada idea hecha vaho, con cada sombrío lugar común donde os guarecéis del silencio, que las conversaciones se reiteran con precisión aterradora. Y todo ello sin tener que competir con la luz en velocidad, sin viajar al antes de ayer, a Guantánamo ni a otro pretérito imperfecto. No es magia; es Gravedad Cero. Caminad hacia el vacío. Os espero.

 

 

 

 

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